Opinión

La semana en la que el periodismo español se hizo el harakiri

La vida es evolución. Ya lo dijo Buda: quien mira dos veces un lago hallará en cada ocasión un acuífero diferente. Todo cambia de forma constante. Así que, ¿quién puede culpar a Antonio Papell de haber modificado tanto su opinión en

  • Félix Bolaños y Oriol Junqueras, este jueves, en Barcelona -

La vida es evolución. Ya lo dijo Buda: quien mira dos veces un lago hallará en cada ocasión un acuífero diferente. Todo cambia de forma constante. Así que, ¿quién puede culpar a Antonio Papell de haber modificado tanto su opinión en tan sólo dos años? En mayo de 2021, afirmó: “Produce un cansancio infinito (el) volver a empezar recurrentemente en Cataluña. Ahora, a la exigencia de una imposible independencia se suma la petición de una amnistía que no cabe en una democracia”. El pasado 2 de noviembre, escribió: “El ala conservadora del CGPJ pontifica sobre una ley que no conoce y suplanta al TC en el contraste de constitucionalidad. En democracia, la amnistía es una facultad del Legislativo. Lo demás es propaganda”.

Habrá quien se sorprenda por este giro argumental y con razón, aunque convendría que nadie personalizase ni se viese tentado a emprenderla contra Papell y su impermanencia intelectual. Hay muchos como él. Sin ir más lejos, otra tertuliana habitual en las televisiones españolas aseguraba hace unas horas que había suspendido un viaje para este fin de semana por pura vocación periodística. A su juicio, el anuncio de la nueva ley de amnistía supone el fin del proceso soberanista catalán, por lo que merece la pena quedarse en casa estos días y exponer ante la audiencia los sólidos argumentos que respaldan esta tesis. Que Pere Aragonés asegurara esta semana que lo próximo que quiere el independentismo es un referéndum y que no pararán hasta conseguirlo... es una minucia.

Como todo esto va de sellar heridas y de reintegrar a los pobres represaliados del procés dentro de la política española, los tertulianos pedristas celebran estos días la amnistía, la condonación de los pecados de los CDR, la futura vuelta a España de Carles Puigdemont e incluso que todos los españoles, de su bolsillo, con sus impuestos, su esfuerzo y su sufrimiento, vayan a pagar a escote 15.000 millones de euros de deuda de las cuatro provincias catalanas. ¿Por qué no? Todo está justificado con tal de conseguir que Madrid y Cataluña se den la mano y se reconcilien. Porque ése es el fin. Eso es lo que ha conseguido Pedro Sánchez, quien pronto podrá quedar con Puigdemont en Casa Labra para 'echar' un vermú con bacalao rebozado. Eeso es lo que alaban hoy sus aduladores periodísticos.

El tertulianismo ilustrado

Podría considerarse que estos cambios de postura del tertulianismo ilustrado son fruto de la reflexión. Nada más lejos de la realidad. Los tertulianos son la aristocracia del periodismo patrio. Ganan cientos de euros a la semana por recitar los argumentos baratos y, en algunos casos, prefabricados por los partidos. Su actitud es la misma que la del concejal de pueblo de alfoz que levantaba la mano para aprobar una recalificación fraudulenta del plan de ordenación urbana, a sabiendas de que lo era. Los Papell y compañía son una estafa para el ciudadano. Opinan a instancias de su patrocinador a sabiendas de que, quien se salte el guión, a lo mejor deja de recibir propuestas de RTVE, de las autonómicas o de Prisa.

Así que tratan estos días los medios de reivindicar su papel frente a los 'intoxicadores' que habitan en las sombras de internet y lo hacen con una actitud todavía peor. Sorprendía este viernes por la mañana El País con un mensaje de alerta a los teléfonos móviles de sus suscriptores que decía: “El paro sube en octubre, pero la educación genera 92.862 empleos, casi todos ocupados por mujeres”. Ni en los mejores sueños del secretario general de cualquier partido alguien pudo imaginar tal permeabilidad a la propaganda como la de la Prisa contemporánea. Esa actitud complaciente ha sido adoptada por decenas de periodistas en la Villa y Corte, lo que contribuye cada día a polarizar más el ambiente.

Tampoco ayuda el que en las filas conservadoras se decidiera hace un tiempo que la negativa por sistema era la mejor estrategia para abordar los temas fundamentales. Esta semana se producía la jura de Leonor y el cortesanismo de algunas de las grandes firmas de este país era bochornoso. Podría llegar a pensarse que todos esos intelectuales que se dedicaron durante décadas a piropear a la saga borbónica como garante y sustento de la España constitucional aprendieron la lección cuando comenzaron a leer sobre las aficiones del abuelo, que se enamoraba con frecuencia y se deslumbraba con una extrema facilidad con el brillo del dinero y el olor a gas de los pozos de ambición.

Incluso podrían haber llegado a pensar que el hecho de que su hijo optara por revelar el asuntillo de la renuncia a la herencia cuando los españoles fueron encerrados en sus casas, justo tras la declaración del estado de alarma, aconsejaba actuar con prudencia acerca del 'felipe-sextismo'. Nada más lejos de la realidad. Como el Gobierno de Pedro tiene elementos anti-monárquicos, la actitud de sus contrarios es la de la loa excesiva al rey y a la princesa. Loas húmedas y generosas. Loas que también valen tertulias y salvavidas cuando el agua llega al cuello.

Ya vendrán los tiempos en los que las grandes firmas cambien de parecer y entonces, y sólo entonces, pueda comenzar a reconocerse lo que es cierto como tal. Aquí el discurso lo marcan ellos, que son los que luego comparecen en las tertulias para recitar lo que quiere el patrocinador, que es por lo general político. Débiles con el fuerte y fuertes con el débil. Quien se sale del guión es humillado de todas las formas en las que el periodismo y sus popes lo pueden hacer. Eso, salvo que tenga apellido y la columna le venga de casta. Con o sin premio literario.

Por todo esto se ha hecho el periodismo español el harakiri esta semana. Y esto lo escribo mirando a Madrid. Lo de la otra orilla del procés sólo podría abordarse con la presencia del doctor López Ibor y quizás de un cura que esté dispuesto a dar la extremaunción.

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